sábado, 24 de febrero de 2007

Las Cascadas Mágicas de Copalitilla

Una aventura turística con un paisaje de Ensueño

*.- Las mariposas se posan en los visitantes
*.- Un estanque del edén oaxaqueño
*.- Una comida mexicana sin condimentos


Oscar Treviño Jr.
Oaxaca, México.- "Las Cascadas Mágicas de Copalitilla", un nombre demasiado atractivo que parecía no superar las expectativas creadas por 14 personas para un mundo de aventuras.
Un tour de 350 pesos en el que se incluía la comida estilo rancho, nos esperaba a 14 personas que en esos momentos nos conocimos: estado de México, Puebla, Oaxaca y Tamaulipas.
Desde el hotel Rambo en donde me hospedaba en "La Crucecita", Huatulco, Oaxaca, llegó la camioneta Suburban.
Otra vez a "mochiliar" -como le llaman allí a quien carga su mochila-
El rancho Copalitilla donde están las cascadas se halla en un núcleo rural Copalitilla, perteneciente a la cabecera municipal de San Miguel del Puerto, en el distrito de Pochutla.
Para llegar desde Santa Cruz Huatulco se toma la desviación hacia el norte, siguiendo luego hacia el poblado de Piedra de Moros, atravesando los poblados de Arroyo Súchil, Cuajinicuil y La Hamaca hasta el río Copalita, donde comienza el ascenso en un tramo de terracería, con pendiente más pronunciada, de aproximadamente 20 kilómetros.
Esta ruta tiene una distancia aproximada de 52 kilómetros.
La otra opción nos contó el chofer consiste en tomar la carretera federal número 200 desde Santa Cruz al entronque de Xadani, continuando por la desviación de terracería hasta llegar al poblado denominado La Ceiba, después de atravesar Santa María Xadani.
Más adelante, rumbo a San Miguel del Puerto, se pasa a un costado de la finca La Gloria, y se avanza hasta llegar a Copalitilla.
Esta ruta tiene una distancia aproximada de 62 kilómetros.
EL TRAYECTO
La ruta por el Parque Nacional es esplendida carretera con el bosque por ambos costados.
La recomendación fue: "lleven dos litros de agua y refrescos por si sube la presión".
En el trayecto intercambiamos experiencias de nuestros estados, cuyos monólogos a veces se detenían para observar el verde follaje.
Enseguida tomamos las veredas en donde vimos casas rústicas, tanta humildad que a veces nos apretujaba el corazón.
Julián, el chofer empezó a recitar:
- "Estos son los árboles que dan los plátanos, se llama platanar".
mis compañeros de viaje comenzaron a exclamar sorprendidos:
- ¡Ahh… dan plátanos!
- Estos son los árboles que dan la piña.
- ¡Ahh, piñas! -casí decían al unísono-, mientras los de Oaxaca y un servidor los mirábamos sorprendidos porque los frutales son muy conocidos..
- Estos son los árboles que dan papayas.
- Ahh ¡papayas~! -otra vez la exclamación-, y salían a relucir las cámaras fotográficas.
No pudo evitarlo... fue involuntario: ¿bueno, que nunca han visto un árbol de frutas?
- ¡No! -respondió el del estado de México-, allá no vemos nada de eso, solo edificios y casas de material.
- Pues, ¡lo que lleva el chofer debajo de la nariz se llama bigote! Y brotaron las carcajadas.
SON AMABLES CON EL TURISMO
En el trayecto pasamos iglesias, iglesias y más iglesias de los pueblos, arroyos pequeños, árboles de eterna altura y breves humaredas porque casi era medio día.
A la estreches del camino aparecían los niños, como gnomos brotando de los hongos con sus bolsitas de café, jugos de naranja y chocolate.
Acordamos por unanimidad comprar al regreso de ver las cascadas.
Todos ellos conocen el valor de una sonrisa. Niños y adultos sonríen al ver los vehículos.
Como el slogan del hotel Rambo: "Somos amables con el Turismo".
Pudimos ver los cafetales, las plantas del café tiernas y otras a punto de madurar: obvio, los del estado de México cortaron las pequeñas bolitas desde la ventanilla como recuerdo de su aventura..
El camino a pesar de la belleza el bosque comenzó a hacerse eterno, seguido por un coche de turistas que no sabían el camino pero con la certeza de que nuestro guía lo conocía perfectamente.
Llegamos a un puente para estirar las piernas, el riachuelo corría sonriente al lejos los árboles que simulaban venados, jirafas, pero se ve con un poco de imaginación, como decía el guía y yo vi hasta elefantes y cervatillos".
El camino es a veces sinuoso, curvas y curvas, bajadas y subidas interminables.
Posteriormente llegamos a la entrada, una espantosa puerta de madera con un cartelón igual en condiciones lastimosas "Cascadas Mágicas" -¡ya valió!-
La entrada tiene un costo de 50 pesos, aunque para nosotros ya iba incluido en el tour. De nueva cuenta bajadas y subidas, curvas, curvas y curvas ¡estoy hartooo!
EL VALLE DE LAS MARIPOSAS
Por fin llegamos, el guía dice que hay que usar o traje de baño o pantaloncillo corto y lo mejor:
"Luego del paseo aquí vendremos a comer, lo que se come en los ranchos les va a gustar".
El descanso es una instalación de palapas y techos en deplorable condiciones. Mientras la gente se cambiaba de ropa, el suelo estaba húmedo.
Y de pronto allí estaban: mariposas multicolores de todos tamaños. Nos hipnotizaban.
Los cinco menores de edad y yo fuimos a verlas, podíamos tocarlas y los caprichosos insectos se posaban en nuestro cuerpo.
Desconozco cuántos minutos pasaron, porque el tiempo se detuvo, en la palma de mi mano se posaron cuatro mariposas, ni como sacar la cámara.
Julián, el guía lanzó un grito: “ya han perdido tiempo, todos a las cascadas”.
Una señora de 81 años, acompañada por su hijo Francisco -el del estado de México-, mientras su esposa y sus hijos ya iban por el sendero, con el resto de nuestros compañeros.
La dama de la tercera edad tomó su paso seguido de nosotros los últimos. Tal vez por la lentitud pudimos observar el sendero, rodeado de árboles.
Las ceibas nos arropaban, descuidadamente los árboles de aguacate dejaban caer sus frutos; bejucos, lianas y crotos, otras plantas difíciles de identificar.
Aparecían cangrejos, ardillas y entre el verdor del bosque enormes mariposas azules, azules, que nos maravillaban y nos seguían confiadas.
CASCADAS DE COPALITILLA
A veces las rocas se oponían a la profanación del hombre, pero mateniamos nuestro curso a pie entre la oscuridad de los árboles, mientras los rayos del sol nos buscaban.
Casi sin darnos cuenta aparecieron las cascadas y Dios, era un oasis, la espera valió la pena.
Las cascadas se forman del río Copalitilla forma, al descender por las rocas de diversos tamaños que abundan en su curso.
Primero las fotografías y la señora de la tercera edad, se sienta cansada en una banquita de madera y a su lado infinidad de ropa de todos los paseantes. Un armario natural.
Algunas carteras en el suelo -nadie toma nada que no sea suyo-, patas de rana, visores, anteojos para sol y graduados, entre otros artículos esparcidos.
En el lugar hay una gruta se encuentra una cascada que tiene una caída libre de 4 metros y un desarrollo aproximado de 30 metros, formándose cinco pozas en el trayecto.
Las cascadas más bellas y vistosas son "El Chorro", que tiene una caída libre de 25 metros, y "La Grande", que se despeña desde 20 metros de altura, es allí mismo pero en otra ladera conocida como Llano Grande.
Tal altura hace de estos sitios ideales para la práctica del descenso en roca.
En su caída estas bellas cascadas forman repito pozas, algunas de profundidad considerable, donde puedes nadar y refrescarte.
La gente coloco una liana, una se balancea surcando el aire -los que pueden levantar los pies- y luego al agua.
PATOS AL AGUA
Al llegar a las cascadas uno llega sumamente sudado que lo único que desea es refrescarse con el agua.
Pero, ¡Oh Dios! que fría esta, bastante helada. El piso es de piedras en ocasiones filosa.
Cuando uno esta dentro del agua no deja de castañear los dientes de lo espantosamente frío.
Y ahí nos tienen a todos temblando entre el agua, por lo que se tiene que mover rápido para evitar esa frialdad.
Llega el cansancio y otra vez como los esqueletos rumberos ¡a temblar!
Estuvimos mucho tiempo pero tal parece que se hace corto, muy corto. Un masaje natural en la cascadas como dicen los guías que llevan distintos turistas -pero que el masaje, pega muy fuerte-.
EL SHOK DE LA COMIDA
¡A comer como en el rancho! y todos regresamos lo más rápido. El lugar al aire libre es el comedor.
Apenas nos empezaron a servir la comida y allí tienen a las moscas ¡que insectos tan molestos!, que batalla.
De inicio nos sirvieron una sopa de coditos, pero ¡que coditos! No tenía ni pimienta, ni comino, ni tomate, ni knortomate, ni knorsuiza, ¡bueno ni sal!
Más bien era agua hervida con lo la pasta de coditos, ni siquiera estaban dorados en manteca de puerco o ya de perdido en aceite marca 1,2,3.
Uno de nuestros compañeros preguntó ¿esto comen en el rancho?...Fui el único que protesto: "¡Que fea sopa!"
Otro de Puebla que llegó tarde, al ver la comida que ya estaba en su lugar la prueba y exclama: ¡que riquísimo sabe esto!
Enseguida sirvieron un tazón para todos con frijoles negros -¡gulp!-, sin sal, luego otro tazón de arroz blanco, sin ningún tipo de condimentos. ¡Era una masa viscosa!
Luego una tortillota de maíz, una quesadilla con otra tortillota, luego el tazajo, que es como carne de res blanda, asada, pero solo con sal ¡es que así comen aquí! -comentaron-.
El platillo fuerte consistía en barbacoa de pollo enchilado aromatizado con hojas de aguacate -sabor bastante raro, no acostumbrado- y las clásicas jarras de agua de horchata.
Ya una vez cambiados el regreso de compras, que nadie se enteró porque sentados íbamos dormidos. A lo lejos se oía que hablan de montañas, colinas, los arroyos...






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